12 mar 2010

Ideas sintéticas

¿Pueden las máquinas pensar? No sé si esta pregunta os la habéis planteado vez, yo desde luego sí. ¿Podría alguna ser tan inteligente como un ser humano? Bueno, depende de qué ser humano, porque mi teléfono móvil estoy seguro que le gana en inteligencia a más de uno.

En nuestro día a día podemos observar que la tecnología se está superando a sí misma constantemente. Cada vez hay más artilugios que tienen un comportamiento que podríamos llamar inteligente:

  • Ya hay programas de ordenador que juegan al ajedrez mejor que casi cualquier ser humano.
  • Los aparatos GPS te indican la ruta más corta para llegar a un determinado destino y, si te equivocas, ellos mismos rectifican su ruta para llevarte por el camino adecuado desde esa nueva posición.
  • Nuestros coches nos avisan desde de que se nos ha olvidado el cinturón, hasta de si una rueda está desinflada. ¡Incluso ya han salido en la televisión anuncios de automóviles que aparcan solos!
  • Le podemos dar una orden por voz a nuestro teléfono móvil, y él llama al contacto que le digamos.
  • Cuando vamos al parking la máquina de la barrera reconoce nuestra matrícula, como si tuviese ojos.
  • Hemos mandado al planeta Marte una sonda con cuatro ruedas que está explorando el planeta (haciendo fotos, “oliendo” el aire, tomando muestras del suelo) ella solita, sin nadie que la “teledirija” desde aquí. En la N.A.S.A. aseguran que tiene la misma inteligencia que un saltamontes...
  • Podemos escribir algo mal en el buscador Google y él completa lo que quieres decir incluso antes de que lo escribas, y si lo escribes mal te dice amablemente “quizás quiso decir...” Parece que nos está entendiendo...
Realmente estamos acostumbrados a todos estos adelantos, pero si lo pensamos bien deberían resultarnos de lo más sorprendente. Aunque todavía no podamos decir que nuestras máquinas son inteligentes, están cobrando vida, y hacen tareas realmente complicadas, sobre todo si las comparamos con las tareas que eran capaces de hacer las máquinas tradicionales: una rueda, una palanca, o incluso una bicicleta. La gran diferencia entre las primeras y estas últimas está en la capacidad que poseen aquéllas para tomar decisiones. En efecto, cuando tu teléfono escucha tu voz, tiene que tomar la decisión de elegir a qué contacto llamar, cuando la sonda en Marte tropieza con una roca tiene que decidir, sin ayuda de nadie, dar media vuelta y seguir en otra dirección. En cierto sentido, actúan por su cuenta, al margen del ser humano que las ha creado o comprado.
Pero, ¿cuándo cobraron vida las máquinas, sin que nos diésemos cuenta? La historia es larga, así que no entraremos en demasiados detalles, pero asimismo apasionante. Los orígenes se encuentran, sorprendentemente, en dos hombres de fe. En la Edad Media un monje menorquín, llamado Raimon Lull, pensó que se podría construir una máquina que formulase pensamientos acerca de Dios. Para ello tomó tres discos y escribió palabras en sus bordes. Insertó los discos en un mismo centro, de manera que al girar los discos aparecían distintas frases mecánicas. Está claro que su idea no tuvo mucha acogida; pero la idea de fondo: que existen medios mecánicos para crear el pensamiento, fue retomada siglos más tarde por otro religioso, el famoso Blaise Pascal.


Pascal se propuso un objetivo mucho más humilde. Consiguió, de hecho, crear una "caja" que fuese capaz de emular el pensamiento, pero únicamente en una faceta concreta: los cálculos numéricos. Así, mediante un sofisticado mecanismo, su máquina era capaz de sumar, restar y multiplicar cualquier par de números con bastante rapidez y sin la intervención de un ser humano. Para valorar su mérito hay que ser consciente de que Pascal vivió en una época en la que todavía no se había descubierto la electricidad, y no había agua corriente en las casas. Así pues, su aparato funcionaba a base de palancas y ruedas dentadas. Es realmente sorprendente cómo hay seres humanos que tienen tal amplitud de miras que pueden adelantarse a su tiempo.

Más tarde, a principios del siglo XIX, Charles Babbage, diseñó el primer ordenador de la historia, esto es, un artilugio que podría ser utilizado para realizar cualquier tarea mecánica (con limitaciones, claro) sin más que introducirle las instrucciones adecuadas. Por desgracia, su diseño nunca pudo ser llevado a cabo, pues en la época no se disponía de los materiales adecuados. No obstante, la hija del poeta inglés, Lord Byron, apodada Ada Lovelace, creó algunos conjuntos de instrucciones para este antecesor de ordenador. Por ello se dice que Ada fue la primera programadora informática de la historia, y en la actualidad existe un lenguaje de programación con su nombre.




Ya en el siglo XX, otro inglés, Alan Turing, formalizó las matemáticas necesarias para crear el primer ordenador real. Fue un hombre de una inteligencia extraordinaria, que ayudó al ejército inglés durante la Segunda Guerra Mundial a descifrar los mensajes secretos del ejército alemán. 

Pero la imaginación de Turing fue más lejos, y planteó la posibilidad de que algún día las máquinas serían tan inteligentes como los seres humanos, y su comportamiento iría más allá de la reproducción de tareas mecánicas como sumar, restar o jugar a un juego. Quizás podrían tener sentimientos.


Así que estableció una prueba, conocida como el Test de Turing, que serviría para saber si una máquina es realmente inteligente, en el mismo sentido en el que lo somos los seres humanos, o simplemente imita el lenguaje como si se tratase de un juego con reglas mecánicas ("los determinantes van antes que los sustantivos", "en toda frase debe figurar un verbo", etcétera).


En la Wikipedia se dice lo siguiente de este test: “La prueba consiste en un desafío. Se supone un juez situado en una habitación, y una máquina y un ser humano en otras. El juez debe descubrir cuál es el ser humano y cuál es la máquina, estándoles a los dos permitido mentir al contestar por escrito las preguntas que el juez les hiciera. La tesis de Turing es que si ambos jugadores eran suficientemente hábiles, el juez no podría distinguir quién era el ser humano y quién la máquina.”


Desde ese momento numerosos investigadores han intentado diseñar una máquina que supere el test de Turing. De hecho, actualmente hay dos programas con los que se puede “chatear”, y uno tarda tiempo en darse cuenta de que son robots. Uno de ellos se llama Doctor Abuse, y actúa como una especie de psicólogo. Para asistir a una sesión con él sólo tienes que descargarte el programa que aparece en el enlace. El otro es un proyecto llamado ELIZA, pero sólo habla en inglés (a lo mejor a alguno le interesa para practicar). Desde aquí os recomiendo que los probéis, y los sometáis al test de Turing.

En los tiempos recientes, la idea de máquinas que piensan ha dado mucho juego en el cine. Hay numerosas películas que tratan el tema, desde el clásico de la ciencia ficción Blade Runner hasta Terminator, El Hombre Bicentenario, AI, Yo, Robot, Matrix y muchas más. En algunas las máquinas aparecen como una especie superior al ser humano, un paso más en la evolución, y que pone en peligro la humanidad. En otras se plantea la cuestión moral de si las máquinas que piensan merecen un trato similar al humano...

Pensemos por un momento en una máquina tan bien programada que pudiese superar el test de Turing. Quizás ello no signifique que la máquina piense, sino que es capaz de hacernos creer que sí lo hace... aunque no podríamos notar la diferencia. En esta situación: ¿permitiríamos que tal máquina se comprase una casa?, ¿y que fuese al cine?, ¿le permitiríamos adoptar un niño? Pero por otra parte, si realmente es capaz de pensar y sentir como nosotros, si realmente se siente un ser humano, ¿cómo negarle los derechos fundamentales?

En una conferencia, Michael Scriven hizo el siguiente planteamiento: si tenemos una máquina como la planteada en el párrafo anterior, pero la modificamos para que sea capaz de mentir, podríamos preguntarle "si tiene conciencia de existir, si tiene emociones, si ciertos chistes le parecen graciosos, si actúa por propia voluntad, si le gusta la poesía".

Una respuesta afirmativa a estas preguntas nos indicaría que ese artilugio merece ser tratado como un ser humano, aunque no hay consenso respecto de este tema en la filosofía actual.

En cualquier caso, estamos muy lejos de conseguir crear inteligencia real, más allá de un simple reconocimiento de patrones. Es cierto que la computación está avanzando mucho actualmente, y así por ejemplo hay programas que pueden reconocer en una foto de una persona si se trata de un hombre o una mujer, y algunos pueden incluso conducir un coche en circuito cerrado. Pero el mundo de los sentimientos, de la conciencia, del pensamiento superior que nos distingue de los otros animales, no puede ni siquiera ser planteado con los conocimientos actuales. Ahora bien, puede que algún día...


P.D.: Esta entrada participa en la segunda edición del Carnaval de Matemáticas, acogida en el blog Juan de Mairena [v.2.71828], puesto que considero que la inteligencia artificial es una manifestación más del conocimiento matemático.

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