3 may 2010

El caso de Hellen Keller

La historia de Hellen Keller es un ejemplo brutal acerca de la importancia de la educación. Tuve noticia de esta historia a través del Panfleto Antipedagógico que cité en la entrada anterior. Se trata de un hecho real: una niña nacida en 1880 se vuelve ciega y sorda a los pocos meses de vida tras una rara enfermedad. La compasión de los padres hacia su hija hacen de ella una especie de animal, incapaz de vestirse sola, incapaz de comer como una persona, incapaz de comunicarse.


Los padres deciden contratar a una institutriz, Ana Sullivan, que, por medio de una férrea disciplina, consigue convertir a Hellen en una niña normal... Bueno, algo más que eso. Hellen fue a la universidad, y se graduó con honores. Más tarde, escribió libros e impartió ponencias sobre su vida. 


Hay una película llamada "El milagro de Ana Sullivan", en la que se narra cómo comenzó el renacimiento de Hellen. La recomiendo encarecidamente, especialmente a profesionales de la educación y a parejas que sean o vayan a ser padres.


Si la disciplina y la "mano dura" de Ana no se hubiese interpuesto entre el amor, cariño y compasión que los padres sentían por Hellen (lógicos, por otra parte), la niña no habría tenido vida, al menos una vida plena. Es decir, la exigencia, la disciplina, el esfuerzo, lejos de ser algo malo, fueron el medio que permitieron que una persona destinada a llevar una existencia animal consiguiese integrarse en la sociedad.


Lo que me enseña esta historia es que debemos exigir a nuestros jóvenes. Pueden dar más de sí. Ni la familia ni escuela deben ser conformistas con ellos. Podemos extraer mucho más de nuestros jóvenes, aunque es cierto que es más fácil pasar la mano y maleducar.


Ana enseñó a Hellen a comunicarse mediante el lenguaje de los sordomudos, primero, y luego la enseñó a hablar (¡varios idiomas!). Quien haya visto la película se habrá percatado de que Hellen no entiende para qué esos juegos de manos, que no tienen (para ella) ningún sentido. Y todos los familiares piden a la institutriz que sea más comprensiva, que desista, que no tiene sentido que obligue a Hellen a repetir esos símbolos pues para la niña no tienen significado. Y he aquí el milagro del cerebro humano: al cabo del tiempo la cabeza de Hellen se ilumina. Consigue asociar los símbolos a los conceptos, y se percata de la importancia de las enseñanzas de su maestra. Pues bien, todos somos como Hellen. Como dice Ricardo Moreno Castillo:


 La inteligencia para aprender es muy temprana, pero la madurez necesaria para comprender lo importante que es aprender es muy tardía.”

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